A veces somos como las copas de los altos árboles, curvándonos a la fuerza de los vientos lejanos, nos estiramos al máximo los brazos hacia arriba, intentando alcanzar a la luz. En estos momentos somos hojas, frutos, cuerpo y raices buscando la supervivencia, buscando la vida. Y esta gana de seguir hacia adelante nos mueve con tal violencia que somos empujados a las consecuencias de los errores, y una vez más nos equivocamos.
Así es la vida, aciertos y equivocaciones, colgados en las manos del destino. Intento pensar así, todas las noches al acostarme en mi cama, cuando me vienen los ojos negros de Julia, su mirada de oscuro candor, un hueco sombrio y lleno de pesadillas que aún hoy me quita la paz...
A los cinco años esta misma mirada poseía un color de rosas cautivas y hacía una excelente pareja con sus cejas que se levantaban mientras contestaba algo. Sus manos dibujaban en el aire las palabras que decía, ¡cómo era sencillo traducirlas!
Ah, los pasos, no eran pasos, se parecían más con saltitos de grillo, y acompañaban las tiernas canciones de cigarra. Yo las oía todas desde mi despacho, y siempre las acompañaba con el lápiz sobre la mesa. Sentía el detalle de ser felíz con las miradas, los saltos y las canciones de Julia.
Viviamos en la calle Silvestre,80 y los pocos vecinos que poseíamos estaban a muchos metros de nuestra casa, que aunque muy amplia sólo para dos personas, fue comprada años antes para viviren tres.
Muchos años se pasaron y en cada uno de ellos las miradas, los pasos y las canciones cambiaban a la vez, sin embargo nunca se convertian en nada menos que hermosos cambios de los años, y de cuentos de hadas fueron poco a poco se convertiendo a novela, a pintura al óleo, sinfonías y poesias..
Ella subia las escaleras haciendo truenos con sus pasotes, pues quería entrar en mi despacho sin necesitar anunciarse, y al entrar siempre con una sonrisa como se tuviera me pillado, corría y el grillo de repente estaba en mis brazos. A lo largo de los años tuve que cambiar las sillas muchas veces, pues no era raro quedarnos al suelo después de uno de esos saltos, sin embargo no cabía espacio para enfados, pues aún en el suelo Julia empezaba a carcajar de una manera tan maravillosa, que no me importaba en tener decenas de sillas en el sótano si el saldo eran sus carcajadas, Julia aquí y allá.
En la fecha de su boda, volvió a paracerse con cuentos de hadas, una princesa llevando un hermoso vestido blanco y una corona de cristal completaba la princesa encantada. Hacía muchos años que no lloraba, no por no tener ganas, sino por no poder desvanecer frente a mi hijita. Pero en aquel día, no pude soportar las lágrimas, que corrían y saltaban de mis ojos sin cualquier esfuerzo.
La lluvia que insistía en caer aquella tarde de Marzo no era problema frente a la luz de aquella hada de sonrisa tierna.Y al fin de la misa, fueron cantando los dos, "la canción de los juntos" y pronto ya estaban demasiado lejos para que yo pudiera verlos.
Me sentí solo por no tenerla ya en mis brazos. La vida es así, somos egoístas y queremos siempre poseer lo que no es nuestro, como los hijos.
Cuando volvieron de viaje tuve la gran sorpresa de tenerlos como mis vecinos más cercanos. " Ese es nuestro regalo de boda papá". Me dijo con la misma sonrisa de pillería de mi niña. " No ha cambiado de todo al fin". Pensé recordando las antañas tardes de primavera.
Y el hilo de la vida se estiraba día trás día y pronto gañé más un regalo, Blanca, era su nombre, con ojitos chispados y contentos, fijándose en cada movimiento, en cada palabra que decíamos. Ellos no eran negro como los de Julia, sino verdes como las hojas de las flores, pero tenían la misma profundidad de los de su abuela. La dí el sobrenombre de Chispitas...
No tardó mucho hasta que oieramos sus pasitos por entre las habitaciones y ahora era Blanca aquí y allá...
Debo confezarme que muchas veces llamé a la niña por Julia, pues por algunos momentos imaginaba estar en aquel tiempo en que teníamos la melodia del hablar de mi amada mujer, mientras Julia aún ensaiaba sus pasitos dudosos. Blanca se movía como se ya conociera la casa y apoyada en las paredes miraba todo alrededor como que recordándose de épocas lejanas.
Julia estaba con veiticinco años, en pleno verano de sus años, sin embargo no paró de saltar y carcajar a cada silla rota.
Ya en el Instituto, Blanca era la más lista y cogía los lapices de colorear con ganas de dibujar en el aire los colores de la vida. Yo oía su voz en cuanto me despertaba y para decir que ya era mañana, ella usaba la frase: "abuelito, ya es sol". No importaba si estuviera lloviendo o hacía frío, por la mañana era siempre " ya es sol", para nuestra Blanca.
Ahora tenía que aumentar mis existencias de sillas en el sótano, pues Chispitas era hija de un grillo, y saltaba tan alto como su madre. Tenía una pasión especial por los crisantemos, y solía a olerlos todas las mañanas y a veces, solamente a veces cogía un de ellos para regalarme. Nunca había dicho, pero a mi me encantaban los crisantemos, sobre todo su olor, pero Blanca, ahora con sus cinco años, parecía leer mis pensamientos.
Cuando llegó las vacaciones no quise irme con ellos, pues tendría que terminar el ultimo libro de la serie. Julia me miró con ganas de llorar y pude ver que alejarse de casa era tan difícil para ella como era para mí, Blanca corrió de un tirón y me dió un gran beso, pero sin decir palabra, volvió para cerca de su madre y la agarró por la mano. Pero el hecho es que no fui en aquellas vacaciones a la playa.
Cuando volví a verla, Julia estaba con los ojos cerrados sobre una cama y el silencio panteonico llenaba toda la sala y por algunos instantes la pensé muerta. Hubo una explosión de sentimientos, de todos ellos que resultaban estar ya sin ella y una vez más fui egoísta. Despacio como es el depertar de un rosa bajo la luz de la mañana, fue el abrir de los ojos de Julia, y poco a poco fue desahogándome, su bello rostro ahora estaba hinchado y lleno de herimientos con sangre ya seco, sus ojos negros tenían un reflejo de un dolor tan negro como pudiera ser en aquel momento. Ya no eran los ojos de rosas cautivas, ya no habian más los pasitos saltitantes ni tampoco las canciones de cigarra.
Nunca más volvimos a ser nosostros dos, desde entonces pasamos a ser Julia, Blanca, Lucio y yo, cargados en la falta que se hacía los pasitos de Blanca, o las rodillas raladas, o uno y otro empujoncito. Julia no más sentíria los besos del hombre que elegió para acompañalar por toda una vida. Julia e yo nos convertimos en extremos de dos puntos equidistantes.
Se fueron los días, las semanas y pronto los años, y ya no se oían las canciones de Julia; todos los meses eran invierno y los saltitos se convetieron en pasos cargados de eterno llanto. Mis abrazos parecían no funcionar, pues no más oía las carcajadas, solamente veía las lágrimas que la surcaban el rostro ya sin el color del verano.
El color blanco es la unión de todos los colores y quedarse sin nuestra Blanca, por supuesto, era quedarse en un hueco lleno de oscuridad y frío.
Por las manãnas, en cuanto miraba por la ventana, veía a Julia bajo al cedro balanceandose en el vaiven, siempre en silencio, no se importando sea con el sol, la lluvia, el frío, e incluso las flores.
Y los ojos de Julia se fueron apartando de los mios...
A veces vuelvo a los años de Julia aquí y allá, con ojos de rosas cautivas, de manos dibujantes, de saltitos de grillo y canciones de cigarra, después voy a los recuerdos de Blanca Chispitas, con los mismos saltitos y los pasitos dudosos, y me convenzo de que también las cigarras puedem murrirse en pleno canto.
Así es la vida, aciertos y equivocaciones, colgados en las manos del destino. Intento pensar así, todas las noches al acostarme en mi cama, cuando me vienen los ojos negros de Julia, su mirada de oscuro candor, un hueco sombrio y lleno de pesadillas que aún hoy me quita la paz...
A los cinco años esta misma mirada poseía un color de rosas cautivas y hacía una excelente pareja con sus cejas que se levantaban mientras contestaba algo. Sus manos dibujaban en el aire las palabras que decía, ¡cómo era sencillo traducirlas!
Ah, los pasos, no eran pasos, se parecían más con saltitos de grillo, y acompañaban las tiernas canciones de cigarra. Yo las oía todas desde mi despacho, y siempre las acompañaba con el lápiz sobre la mesa. Sentía el detalle de ser felíz con las miradas, los saltos y las canciones de Julia.
Viviamos en la calle Silvestre,80 y los pocos vecinos que poseíamos estaban a muchos metros de nuestra casa, que aunque muy amplia sólo para dos personas, fue comprada años antes para viviren tres.
Muchos años se pasaron y en cada uno de ellos las miradas, los pasos y las canciones cambiaban a la vez, sin embargo nunca se convertian en nada menos que hermosos cambios de los años, y de cuentos de hadas fueron poco a poco se convertiendo a novela, a pintura al óleo, sinfonías y poesias..
Ella subia las escaleras haciendo truenos con sus pasotes, pues quería entrar en mi despacho sin necesitar anunciarse, y al entrar siempre con una sonrisa como se tuviera me pillado, corría y el grillo de repente estaba en mis brazos. A lo largo de los años tuve que cambiar las sillas muchas veces, pues no era raro quedarnos al suelo después de uno de esos saltos, sin embargo no cabía espacio para enfados, pues aún en el suelo Julia empezaba a carcajar de una manera tan maravillosa, que no me importaba en tener decenas de sillas en el sótano si el saldo eran sus carcajadas, Julia aquí y allá.
En la fecha de su boda, volvió a paracerse con cuentos de hadas, una princesa llevando un hermoso vestido blanco y una corona de cristal completaba la princesa encantada. Hacía muchos años que no lloraba, no por no tener ganas, sino por no poder desvanecer frente a mi hijita. Pero en aquel día, no pude soportar las lágrimas, que corrían y saltaban de mis ojos sin cualquier esfuerzo.
La lluvia que insistía en caer aquella tarde de Marzo no era problema frente a la luz de aquella hada de sonrisa tierna.Y al fin de la misa, fueron cantando los dos, "la canción de los juntos" y pronto ya estaban demasiado lejos para que yo pudiera verlos.
Me sentí solo por no tenerla ya en mis brazos. La vida es así, somos egoístas y queremos siempre poseer lo que no es nuestro, como los hijos.
Cuando volvieron de viaje tuve la gran sorpresa de tenerlos como mis vecinos más cercanos. " Ese es nuestro regalo de boda papá". Me dijo con la misma sonrisa de pillería de mi niña. " No ha cambiado de todo al fin". Pensé recordando las antañas tardes de primavera.
Y el hilo de la vida se estiraba día trás día y pronto gañé más un regalo, Blanca, era su nombre, con ojitos chispados y contentos, fijándose en cada movimiento, en cada palabra que decíamos. Ellos no eran negro como los de Julia, sino verdes como las hojas de las flores, pero tenían la misma profundidad de los de su abuela. La dí el sobrenombre de Chispitas...
No tardó mucho hasta que oieramos sus pasitos por entre las habitaciones y ahora era Blanca aquí y allá...
Debo confezarme que muchas veces llamé a la niña por Julia, pues por algunos momentos imaginaba estar en aquel tiempo en que teníamos la melodia del hablar de mi amada mujer, mientras Julia aún ensaiaba sus pasitos dudosos. Blanca se movía como se ya conociera la casa y apoyada en las paredes miraba todo alrededor como que recordándose de épocas lejanas.
Julia estaba con veiticinco años, en pleno verano de sus años, sin embargo no paró de saltar y carcajar a cada silla rota.
Ya en el Instituto, Blanca era la más lista y cogía los lapices de colorear con ganas de dibujar en el aire los colores de la vida. Yo oía su voz en cuanto me despertaba y para decir que ya era mañana, ella usaba la frase: "abuelito, ya es sol". No importaba si estuviera lloviendo o hacía frío, por la mañana era siempre " ya es sol", para nuestra Blanca.
Ahora tenía que aumentar mis existencias de sillas en el sótano, pues Chispitas era hija de un grillo, y saltaba tan alto como su madre. Tenía una pasión especial por los crisantemos, y solía a olerlos todas las mañanas y a veces, solamente a veces cogía un de ellos para regalarme. Nunca había dicho, pero a mi me encantaban los crisantemos, sobre todo su olor, pero Blanca, ahora con sus cinco años, parecía leer mis pensamientos.
Cuando llegó las vacaciones no quise irme con ellos, pues tendría que terminar el ultimo libro de la serie. Julia me miró con ganas de llorar y pude ver que alejarse de casa era tan difícil para ella como era para mí, Blanca corrió de un tirón y me dió un gran beso, pero sin decir palabra, volvió para cerca de su madre y la agarró por la mano. Pero el hecho es que no fui en aquellas vacaciones a la playa.
Cuando volví a verla, Julia estaba con los ojos cerrados sobre una cama y el silencio panteonico llenaba toda la sala y por algunos instantes la pensé muerta. Hubo una explosión de sentimientos, de todos ellos que resultaban estar ya sin ella y una vez más fui egoísta. Despacio como es el depertar de un rosa bajo la luz de la mañana, fue el abrir de los ojos de Julia, y poco a poco fue desahogándome, su bello rostro ahora estaba hinchado y lleno de herimientos con sangre ya seco, sus ojos negros tenían un reflejo de un dolor tan negro como pudiera ser en aquel momento. Ya no eran los ojos de rosas cautivas, ya no habian más los pasitos saltitantes ni tampoco las canciones de cigarra.
Nunca más volvimos a ser nosostros dos, desde entonces pasamos a ser Julia, Blanca, Lucio y yo, cargados en la falta que se hacía los pasitos de Blanca, o las rodillas raladas, o uno y otro empujoncito. Julia no más sentíria los besos del hombre que elegió para acompañalar por toda una vida. Julia e yo nos convertimos en extremos de dos puntos equidistantes.
Se fueron los días, las semanas y pronto los años, y ya no se oían las canciones de Julia; todos los meses eran invierno y los saltitos se convetieron en pasos cargados de eterno llanto. Mis abrazos parecían no funcionar, pues no más oía las carcajadas, solamente veía las lágrimas que la surcaban el rostro ya sin el color del verano.
El color blanco es la unión de todos los colores y quedarse sin nuestra Blanca, por supuesto, era quedarse en un hueco lleno de oscuridad y frío.
Por las manãnas, en cuanto miraba por la ventana, veía a Julia bajo al cedro balanceandose en el vaiven, siempre en silencio, no se importando sea con el sol, la lluvia, el frío, e incluso las flores.
Y los ojos de Julia se fueron apartando de los mios...
A veces vuelvo a los años de Julia aquí y allá, con ojos de rosas cautivas, de manos dibujantes, de saltitos de grillo y canciones de cigarra, después voy a los recuerdos de Blanca Chispitas, con los mismos saltitos y los pasitos dudosos, y me convenzo de que también las cigarras puedem murrirse en pleno canto.
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